Por Rebelión
ParaCon la pandemia del Covid-19 la vulnerabilidad humana fue amplificada, y ello se corresponde con la irradiación de una era de la incertidumbre perfilada desde lustros atrás. Manejada por las élites políticas y la industria mediática de la mentira como un discurso bélico, la crisis epidemiológica global es capitalizada por los poderes fácticos para afianzar la percepción de que el coronavirus SARS-CoV-2 es un “enemigo común” al que es urgente derrotar para retornar a una “normalidad” renovada.
La entronización del apocalipsis mediático a través de la desinfodemia lleva aparejado pulsar los instintos más profundos del ser humano y sembrar en él la sensación del miedo. En este proceso subyace una construcción mediática del coronavirus que exacerba las emociones y las pulsiones básicas de las audiencias pasivas y acríticas; al tiempo que aprovecha el rumor y la mentira que deambulan irrestrictamente por las redes sociodigitales y conforman un discurso negacionista y conspiranóico, en lo que es un ejercicio en tiempo real de lapidación de la palabra y de tergiversación semántica. El miedo inducido aflora ante la posibilidad de contagio y muerte y, a su vez, se combina con la ignorancia tecnologizada y el pensamiento parroquial.
Por una parte, el miedo se erige en un dispositivo de control del cuerpo, la mente, la conciencia y la intimidad de los individuos y familias. El confinamiento global, la gran reclusión y la alteración radical de la cotidianidad solo fueron posibles instalando el discurso del miedo para aislar y atomizar a alrededor de 5 000 o 6 000 millones de habitantes; aprovechando y/o incentivando en este macroproceso inédito el individualismo hedonista, la despolitización de la sociedad y el social-conformismo. De tal modo que el distanciamiento físico devino en un distanciamiento social que fractura el sentido de comunidad y las formas tradicionales de socialización.
La ampliación de las posibilidades de morir ante el asalto de un agente patógeno microscópico asimilado como “enemigo común”, induce el retorno al Estado hobbesiano como entidad paternal protectora y defensora de los súbditos ante la posibilidad de zozobra, miedo y vulnerabilidad. El manejo estratégico y geopolítico de la posible vacuna, en cierto modo, se orienta en esa dirección. Particularmente, la humanidad aceptó con docilidad y acríticamente la construcción biopolítica del miedo, así como la entronización de la ideología del higienismo y las estrategias propias de lo que se perfila como un Estado sanitizante. La relación de esta nueva modalidad de Estado es estrecha con el colapso de la legitimidad de las instituciones estatales experimentada desde 1968.
El miedo marcha a la par de la dictadura de la mascarilla y de una especie de profilaxis del cuerpo de “el otro”, asumido también como “enemigo” por el recelo y desconfianza que despierta la posibilidad de contagio. De ahí que el miedo no solo sea una sensación pasajera, sino un dispositivo cotidiano que vertebra la experiencia y los estilos de vida en medio de la crisis pandémica.
La humanidad no solo es presa del miedo a un agente patógeno, sino que también se somete al fragor del miedo a lo desconocido y a lo incierto que se instaura con la pandemia. Desde la pérdida del empleo y el ingreso, hasta la vulnerabilidad que supone la posibilidad de contagio y muerte, colocan a la humanidad ante el abismo de lo desconocido y ello incentiva la intensificación de la angustia y la ansiedad. Si no se conoce el rumbo que tomarán las problemáticas y los acontecimientos, el ser humano carece de una mínima brújula que le oriente en el mar de la incertidumbre.
Sin el dato y su manipulación, la gestación y arraigo del miedo es imposible. El dato es fundamental para afianzar la sensación de vulnerabilidad ante el incremento de la contabilidad en tiempo real. No solo aumentan el número de contagiados y de muertes, sino también de desempleados, de nuevos pobres y de excluidos como resultado de las decisiones y medidas inducidas de confinamiento que colapsaron las cadenas globales de producción y suministro, así como la demanda de los consumidores. La paradoja en el manejo y difusión masiva del dato radica en que genera, a su vez, indiferencia de las audiencias pasivas, o algo que los especialistas denominan como entumecimiento psicológico. El dato y los modelos matemáticos anticipatorios de los contagios y muertes, ligados al miedo pandémico, son un dispositivo para incentivar la obscenidad y la curiosidad psicopatológica de las audiencias pasivas y obedientes.
El sociólogo contemporáneo Zygmunt Bauman teoriza en torno a la ubicuidad y omnipresencia de los miedos y los concibe como algo consustancial a la vida de los individuos y a la dinámica de las sociedades. Con la pandemia, el miedo ataca las entrañas de los ciudadanos y el imaginario social; al tiempo que potencia la incertidumbre y amplía los márgenes de vulnerabilidad y expone a los organismos humanos a una mayor morbilidad tras debilitar sus sistemas inmunitarios. Si se ataca el estado de ánimo de los individuos y familias a través del miedo, se magnifican las posibilidades de enfermar y desvanecer la resistencia respecto a los agentes patógenos microscópicos. Entonces, se gestan víctimas emocionales de la angustia, la ansiedad, la depresión, la impotencia y la tristeza. Activados estos trastornos y psicopatologías, el control personal sobre la vida se desvanece y aumentan las posibilidades de muerte entre los afectados. De ahí el carácter criminal y letal del miedo inducido a través de la construcción mediática del coronavirus.
El miedo, si bien puede ser una experiencia que ayuda al ser humano a erigir precauciones en su actuar y avatares, también puede ser un dispositivo letal, simbólico y –a la vez– orgánico que inmoviliza a los individuos y poblaciones. En medio de los discursos y estrategias de guerra, el miedo le da forma a los arsenales conformados para enfrentar desde los poderes fácticos toda posibilidad de conflictividad social.
A su vez, el recurso del miedo es utilizado por las élites plutocráticas globales para hacer de la pandemia un discurso inhibidor e inmovilizador de los individuos y colectividades. Es también parte de los discursos de poder de esas élites para encubrir, invisibilizar y silenciar los alcances y contradicciones del colapso civilizatorio () acelerado durante los últimos meses, y del cual son sus principales causantes y beneficiarios bajo la lógica de que el caos permite incrementar las ganancias.
El miedo, cuando es inducido desde las estructuras de poder y riqueza, impone obediencia y hasta sometimiento con el fin de instaurar el control sobre individuos y poblaciones enteras. El consenso pandémico amplió las posibilidades a través de la biopolítica, la bioseguridad, la biovigilancia y la geolocalización, en lo que se podrían concebir como nuevas formas de autoritarismo y totalitarismo disimulado con la coartada sanitaria y salvadora.
Para que las sociedades contemporáneas puedan liberarse del miedo pandémico necesitan reivindicar el pensamiento utópico y el sentido de esperanza. Necesitan comprender en su justa dimensión epidemiológica y orgánica al coronavirus SARS-CoV-2, de tal modo que se asume que, al contraerlo, el contagio no supone –en automático– la enfermedad terminal y la muerte. La letalidad de este patógeno es del 1%, y muchos organismos que lo contraigan experimentarán síntomas de una gripe común; en tanto que otros se expondrán a ciertos episodios de crisis en su salud. Ello no significa que el nuevo coronavirus no represente amenazas reales; las supone, pero también exige respuestas y estrategias consistentes que desde el sector público contribuyan a remontar la crisis sanitaria a través de la prevención y la detección temprana del Covid-19. Quienes sí ameritan mayores cuidados son aquellos organismos que enfrentan co-morbilidades (diabetes, hipertensión, enfermedades cardiovasculares, obesidad, etc.), y es allí donde resulta preciso canalizar las mayores atenciones de los sistemas de salud. De ahí la importancia de instaurar una política de la precaución que se imponga al miedo, la incertidumbre y la desesperanza. Una precaución activa y crítica que permita reconstruir la esperanza y adoptar cuidados en la reorganización de las sociedades y de su cotidianeidad. En esa lógica, recuperar el sentido de comunidad es fundamental; y logrado ello, solo la autonomía de esas colectividades humanas –pequeñas o grandes– será crucial para atender sus problemáticas específicas agravadas con la pandemia.
La dotación de información y conocimientos fiables, oportunos y válidos es primordial de cara a una industria del pánico global. Sin esa información será imposible romper el círculo vicioso de la inmovilidad y del social-conformismo, pues en última instancia la pandemia es también una lucha estratégica por el control de las significaciones y la palabra; una lucha por subsumir la esperanza y maniatar el futuro de las sociedades contemporáneas. Ello es un rasgo más del colapso civilizatorio y solo la (re)construcción de la cultura ciudadana sustentada en el conocimiento razonado ayudará a trascender el lapidario consenso pandémico.
Isaac Enríquez Pérez. Investigador, escritor y autor del libro La gran reclusión y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus. Miedo, dispositivos de poder, tergiversación semántica y escenarios prospectivos (de próxima aparición).