Por Enrique Llopis
Para Rebelión
Una obra de teatro compleja, escrita en 1930 entre Nueva York y La Habana, en la que el autor introduce ideas del surrealismo (caballos blancos que hacen de público, tocan trompetas y hablan con el director de la pieza teatral), aborda la homosexualidad, el deseo, escenifica un juego de máscaras con figuras de pámpanos y cascabeles, un centurión, estudiantes, el pastor bobo y trajes de arlequín. Una obra en la que el autor se centra en el Teatro, en los papeles que representan el público y el dramaturgo, la realidad y la ficción, y en la que también están presentes los clásicos (Romeo y Julieta, de Shakespeare; la influencia de Seis personajes en busca de autor, de Pirandello, o las sugerencias freudianas).
Son algunos de los trazos con que Dyskolo presenta El Público, de Federico García Lorca; la editorial sin ánimo de lucro publicó la obra en octubre de 2018, casi dos años después de editar Poeta en Nueva York, coetánea de la anterior. Lorca le hace decir al director y protagonista, sentado y vestido de chaqué, en el primer pasaje de este drama en cinco cuadros: “¡Mi teatro será siempre al aire libre! Pero yo he perdido toda mi fortuna. Si no, yo envenenaría el aire libre”; también en uno de los parágrafos más reproducidos: “¡Hay que destruir el teatro o vivir en el teatro! No vale silbar desde las ventanas”. O “¿Qué hago con el público? ¿Qué hago con el público si quito las barandas al puente? Vendría la máscara a devorarme”.
A la transcripción completa del manuscrito no se tuvo acceso hasta 1976. Una de las singularidades de la obra -escrita en su mayor parte en un hotel de Cuba- es que el estreno internacional se produjo una década después, el 10 de diciembre de 1986 en el Nuevo Teatro Fossati de Milán, con la dirección de Lluís Pascual (también director del Centro Dramático Nacional) y Alfredo Alcón en el papel de director de escena (Federico García Lorca fue ejecutado 50 años antes en la carretera de Víznar a Alfacar –en la provincia de Granada- por orden de las autoridades franquistas). “El Público entusiasmó en su estreno mundial”, tituló el enviado especial de La Vanguardia Juan Anton Benach.
En enero de 1987 la representación tuvo lugar en el Teatro María Guerrero de Madrid. “Nunca creí que El Público supusiera una obra homosexual, sino una tragedia del amor como acto incompleto o imposible; como un fracaso de la totalidad amorosa sexual, como aparece constantemente en su teatro de símbolos heterosexuales, sea La Casa de Bernarda Alba, Yerma o Bodas de sangre”, escribió el periodista Eduardo Haro Tecglen en la crítica teatral del diario El País; el escritor señaló como elemento medular del texto “la angustia entre lo real y lo fingido, tomada por la metáfora del teatro”.
Otro periodista, Lorenzo López Sancho, optó por un titular de línea gruesa en el ABC: “El Público, el provocador y escandaloso poema lorquiano, se presentó ayer en Madrid”; en la representación de Lluís Pasqual, el crítico del ABC observó “una revulsiva declaración de autenticidad humana y un juego de ocultamientos”. Además López Sancho subrayaba los puntos de conexión con Poeta en Nueva York y la ruptura que suponía El Público con el teatro que estaba representándose en Europa en los años 30; para este rompimiento, Nueva York se revelaba como una plaza central. No menos pródigo en calificativos fue el director Giorgio Strehler en la víspera del estreno de Milán, según publicó el Corriere della Sera y reprodujo el periódico monárquico: “Una gran metáfora del teatro y del eros y un delirio de la fantasía en el umbral de la guerra civil”.
El Teatro de La Abadía de Madrid acogió en 2015, durante un mes, la pieza de Lorca, con la dirección escénica de Àlex Rigola. En la presentación ante los medios informativos, el exdirector de la sección teatral de la Bienal de Venecia destacó un diálogo entre dos de los cinco estudiantes que aparecen en El Público: “¿Y si yo quiero enamorarme de un cocodrilo?/Te enamoras; ¿Y si quiero enamorarme de ti?/Te enamoras también, yo te dejo”. Rigola reprodujo asimismo las palabras de Lorca en una conferencia sobre Poeta en Nueva York: “Yo no vengo hoy para entretener a ustedes (…). Más bien he venido a luchar. A luchar cuerpo a cuerpo con una masa tranquila. Y yo necesito defenderme de este enorme dragón que tengo delante, que me puede comer con sus trescientos bostezos de sus trescientas cabezas defraudadas”. Es la relación entre el autor y su público.
El exdirector del Teatre Lliure de Barcelona señaló que la obra de Lorca fue también, en cierto modo, una crítica al público convencional y burgués, compartida con las vanguardias europeas de la época. En España, entre las representaciones más comerciales y de éxito estaban las de los hermanos Quintero y Jacinto Benavente, aunque aires renovadores –como la influencia surrealista- dejaban entreverse en piezas teatrales como El otro, de Unamuno (estreno en 1932), Lo invisible, de Azorín (1928); Los medios seres, de Ramón Gómez de la Serna (1929) y Un sueño de la razón, de Cipriano Rivas Cherif (1929); Àlex Rigola destaca asimismo a los escenógrafos Manuel Fontanals y Siegfrid Bürmann, y subraya que Federico García Lorca ya se había acercado a las nuevas tendencias y distanciado del teatro realista en El maleficio de la mariposa, El paseo de Buster Keaton o El amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín.
Rigola resume El Público en dos tramas; una que toma el amor homosexual -y reivindica el amor como esencia- para trascender los límites de lo establecido; y otra que denomina artístico-social y que atraviesa toda la obra lorquiana: un teatro al gusto burgués y de la taquilla (teatro al aire libre), frente a otro que compromete íntimamente a su autor (teatro bajo la arena). La posición del autor de Romancero gitano puede leerse en la parte final de la obra, en un diálogo entre el director y el prestidigitador (otro de los personajes), en el que el primero afirma: “Y demostrar que si Romeo y Julieta agonizan y mueren para despertar sonriendo cuando cae el telón, mis personajes, en cambio, queman la corona y mueren de verdad en presencia de los espectadores”; a continuación el prestidigitador interpela con mirada fija al director: “¿Qué se puede esperar de una gente que inaugura el teatro bajo la arena? Si abriera usted esa puerta se llenaría esto de mastines, de locos, de lluvias, de hojas monstruosas, de ratas de alcantarilla”. A lo que el director responde, antes de empezar a llorar y que entre precipitadamente el criado: “Es rompiendo todas las puertas el único modo que tiene el drama de justificarse, viendo por sus propios ojos que la ley es un muro que se disuelve en la más pequeña gota de sangre”.
La profesora de Literatura Española en la UNED, María Clementa Millán, analiza el contexto literario y los contenidos en el artículo “‘El Público, de García Lorca: obra de hoy”, publicado en la revista Cuadernos Hispanoamericanos (1986). Señala precedentes del Siglo de Oro –como el auto sacramental El gran teatro del mundo (1655), de Calderón- en los que el autor hace uso del teatro para escenificar sus inquietudes. Asimismo El Público podría considerarse uno de los enlaces entre el teatro de vanguardia español anterior a la guerra de 1936 y el vanguardista de los años 60 y 70 (en estas últimas décadas destacaron autores como Manuel Martínez Mediero -también escritor de obras adscritas al realismo social- Ángel García Pintado y José Ruibal, autor de El Hombre y la mosca).
El Público pertenece a ese elenco de dramas que integran los problemas del espíritu, el mundo de las ideas y el inconsciente; a ese contexto, obras anteriores a 1929, corresponden La Esfinge y La Soledad, de Unamuno; Tic-Tac, de Claudio de la Torre, o Sinrazón, de Ignacio Sánchez Mejías. Además de la renovación temática, María Clementa Millán subraya –en El Público- las innovaciones formales de García Lorca para el “intrincado mundo que quiere representar (…); en el cuadro quinto de la obra coexisten tres ambientes y acciones distintas, aunque simultáneas”.