Año nuevo, viejas guerras

"Estados Unidos está empapado de sangre, pero como un poder vampiro, siempre requiere más sangre"

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Niños al lado de un cartel con la imagen profanada del presidente Donald Trump escuchan un discurso de condena a Estados Unidos por haber ordenado el asesinato del general iraní Qasem Sulaimani, en una manifestación en Pakistán. Foto Ap

Por David Brooks
Para La Jornada

Diecinueve años desde que se proclamó la aparentemente infinita guerra contra el terror y en su nombre primero se invadió Afganistán (ahora la guerra más larga de Estados Unidos en la historia), seguida por la segunda guerra estadounidense en Irak lanzada hace 17 años, 2020 comienza con más de lo mismo, otra guerra. Estados Unidos está empapado de sangre, pero como un poder vampiro, siempre requiere más sangre.

Pero a diferencia de los vampiros, el gobierno estadounidense pretende –como siempre– ser otra cosa: una fuerza por la paz, seguridad y los derechos humanos; el bueno contra los malos (así de infantil) y con Dios de su lado.

El secretario de Estado, Mike Pompeo, afirmó este fin de semana que su gobierno destruyó a un hombre malo que había matado y estaba amenazando a estadounidenses; no mencionó que son estadounidenses que están ocupando o amenazando a otros países. Pero Estados Unidos siempre se ha reservado el derecho a declarar quién es bueno o malo y qué es legal o no.

Trump amenazó con que ha designado 52 blancos iraníes, algunos muy importantes para Irán y su cultura, en caso de ataques contra intereses estadounidenses. Al preguntarle si lo dicho por Trump no era una violación de las Convenciones de Ginebra, que prohíben el ataque contra sitios culturales y civiles, Pompeo, igual que todos sus antecesores, insistió en que, por supuesto, Washington cumplirá con el derecho internacional, como siempre lo hemos hecho.

El asesinato del general iraní Soleimani –en los hechos una declaración de guerra contra Irán– es otra violación más del derecho internacional y posiblemente de las leyes domésticas. Pero eso no es nada nuevo aquí.

De hecho, esto se tiene que entender como una continuación de la política bipartidista estadounidense en Medio Oriente de los últimos 20 años, toda la cual fue en violación del derecho internacional. Los líderes del Partido Demócrata (Nancy Pelosi, Chuck Schumer, Joe Biden, entre otros) votaron a favor de la guerra contra Irak y por la autorización de uso de fuerza militar otorgada a Bush en 2002, la cual se ha usado para justificar estas acciones militares hasta la fecha. Y la táctica ilegal para asesinar a figuras extranjeras por dron fue primero empleado de manera sistemática por un demócrata, Obama.

Sí hay algo nuevo esta vez. Nadie sabe bien por qué el régimen de Trump tomó la decisión de asesinar a Soleimani. Algunos suponen que es parte de una estrategia supersofisticada, otros señalan que fue un triunfo del ala más militarista del régimen de Trump, otros cuestionan reportes de inteligencia acerca de que Soleimani estaba preparando algún ataque inminente contra intereses estadounidenses (justificación oficial para la operación), y hay quienes reportan que cuando el Pentágono presentó al comandante en jefe las diversas opciones para responder a Irán, incluyeron la opción más extrema –el asesinato del general– para que las que ellos preferían se vieran más pragmáticas y atractivas, sólo para quedarse asombrados cuando Trump se decidió por la más peligrosa.

No pocos consideran que la decisión no tenía nada que ver con la región y la geopolítica, sino que servía para distraer la atención del público sobre el proceso de impeachment del presidente, lo que se llama una maniobra wag the dog (hacer creer que la cola mueve al perro, o sea, un intento para distraer la atención de algo más importante).

Lo más notable es que, por ahora, nadie sabe. Algunos dicen que tal vez es tan simple como lo más obvio y visible: un presidente ignorante y arrogante a quien sólo le importa su imagen y sus intereses. Pero eso implicaría que el último superpoder mundial está encabezado por alguien que no sabe lo que hace más allá de lo que le sirve a él mismo y su imagen narcisista.

El viernes, en su primer acto público después del asesinato del general, Trump se presentó ante sus bases evangélicas en Florida, que opinan que él es enviado divino, y proclamó: Dios está de nuestro lado.

"Pero si Dios está de nuestro lado/Detendrá la próxima guerra". Bob Dylan

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