Julia Saltzmann, editora de Alfaguara, aportó una cifra que no habría que perder de vista. Se venden cincuenta mil ejemplares de títulos de Cortázar cada año y Rayuela es casi siempre el que encabeza las ventas.
La idolatría alienta las sospechas. Aunque el “sospechoso” sea involuntariamente el protagonista, no es responsable de lo que ocurre cuando su imagen iconográfica y su figura pública post mortem se desparrama a lo ancho y largo del planeta como estampitas. Pero la obra, como corresponde, es otro cantar. El asunto del canto se complica cuando se multiplican los homenajes. Aunque la heterodoxia no suele abundar en este tipo de celebraciones, a veces hay excepciones. Como el homenaje a Julio Cortázar en el Salón del Libro de París, en el que participaron Roger Grenier, Noé Jitrik, Mario Goloboff, Rosalba Campra y Julia Saltzmann. “No creo en los homenajes, sino en la valoración, en el reconocimiento. Del homenaje al elogio hay un paso y del elogio a la momificación hay otro”, dijo Jitrik y dio una cátedra sobre cómo leer la obra del autor de Bestiario dentro de la historia de la literatura argentina. Saltzmann, editora de Alfaguara, aportó una cifra que no habría que perder de vista. Se venden cincuenta mil ejemplares de títulos de Cortázar cada año y Rayuela es casi siempre el que encabeza las ventas. “Este dato hay que tenerlo en cuenta cuando algunos dicen que su obra atrasa”, subrayó la editora. Y agregó que el mejor homenaje es que “sus libros se sigan leyendo, que su obra siga viva en los lectores”.
Una manera de respirar
Saltzmann trazó un riguroso racconto de la historia del escritor con las editoriales. En principio, hay un autor que usó el seudónimo Julio Denis para publicar el poemario Presencia, editado por un amigo suyo, Daniel Devoto. “Cortázar encontró un editor cuando conoció a Paco Porrúa en Sudamericana; él ya había publicado Bestiario, que había quedado en el depósito durante años y no había trascendido”, repasó la editora, que calificó el vínculo entre el escritor y Porrúa como “una relación de amistad y gran interlocución”. “A Cortázar le interesaba el libro en sí, como objeto físico; la correspondencia con sus editores es interesantísima. Escribía cartas todos los días de su vida.” El autor de Las armas secretas llegó a Alfaguara hacia el final de su vida, cuando conoció a Jaime Salinas. Saltzmann fue desplegando un puñado de anécdotas para ilustrar el tema. “Al final de su vida le escribe a una editora y le dice que ya no está en condiciones de revisar las pruebas de Rayuela y que confía en los ángeles alfaguareños.” Hay una primera etapa de edición que cuidó el propio Cortázar en vida, un autor “extremadamente meticuloso” que le interesaba los lomos de los libros porque pensaba que eran la clave. Otra anécdota que relató fue la trifulca que tenía el escritor con los correctores, que le cambiaban la puntuación, especialmente las comas. A una correctora le expresó en una carta que “él no estaba dispuesto a que le cambien su manera de respirar”.
La segunda etapa de ediciones se inicia con la publicación de libros póstumos que escribió en su juventud, como Imagen de John Keats y El diario de Andrés Fava. Entonces se creyó que no habría nada más. Hasta que a mediados del 2000, Aurora Bernárdez, su albacea literaria, empezó a trabajar con el filólogo español Carles Alvarez Garriga. Poco a poco aparecieron nuevos libros, como los Papeles inesperados, “una recopilación multigénero”, y la correspondencia. “Si hay una obra que nos lo muestra de cuerpo entero en toda su evolución y lo distinto que era, es su correspondencia. Ahí está la verdadera riqueza, la génesis de sus obras y cómo fue transformándose a la luz de los acontecimientos de un escritor esteticista, a un escritor metafísico y hasta comprometido”, afirmó Saltzmann. Grenier aseguró que desde Gallimard trabajan para el porvenir. “No queremos un best seller, sino un long seller”, aclaró el editor francés y destacó la coincidencia de contar para el centenario del nacimiento con una versión en francés de Papeles inesperados. “Es una obra perfectamente viva que no queremos descuidar”, ponderó Grenier, que conoció al escritor en París. “No puedo acordarme si era su amigo o su lector. No sé si entonces había leído su obra, pero me impresiona recordar que cuando Roger Caillois creó la colección Cruz del Sur para difundir la literatura latinoamericana en Gallimard, entre otros autores estaba Cortázar.”
Un mundo cortazariano
Goloboff recordó que para el propio Cortázar “El perseguidor” –cuento anterior a la Revolución Cubana– es “una bisagra” en su obra, porque empezó a mirar al prójimo. “Hasta entonces, había escrito literatura fantástica y desgajada de la sociedad. Sin ‘El perseguidor’ jamás hubiera escrito Rayuela.” El escritor y biógrafo comentó que la búsqueda de Cortázar es metafísica y se expresa en ese relato, “un texto que está infiltrado por los textos bíblicos”. Como lectora y crítica, Campra advirtió que hay que leer a Cortázar con un poco de precaución. “Después de que uno lo lee, el mundo cambia y empezamos a descubrir cosas que antes no existían, o cambia el modo en que vemos el mundo. Antes de 1962 no sabíamos que había cronopios, famas y esperanzas. A partir de Cortázar, el mundo tiene la posibilidad de volverse cortazariano. No son muchos los autores que han dado con su apellido origen a un adjetivo; sólo hablamos de kafkiano, borgeano y cortazariano.” En esto de mirar el mundo con ojos nuevos precisó la escritora y profesora que en el libro de cuentos de los cronopios hay instrucciones no para lo insólito, sino para cosas elementales como subir una escalera, llorar o dar cuerda al reloj. “Todos quedamos fascinados con Rayuela. La frase inicial ‘¿encontraría a la Maga?’ es uno de los grandes momentos de la literatura occidental; un libro que empieza con una pregunta. Cortázar consigue el máximo triunfo de volverse anónimo –como el Martín Fierro– y nos sirve para comentar la vida. Nos da una posibilidad de nombrar nuestra propia experiencia.”
Jitrik analizó la cuestión de otro modo, asumiendo el riesgo de ser heterodoxo. “Me cuesta hacer un homenaje a quien veo y reveo caminando por la calle, llevando del brazo a mi hija de seis años y preguntando si la comida tenía ajo, porque le daba cefalea”, evocó. El escritor y crítico inscribió a Cortázar dentro de la historia de la literatura y puso la lupa sobre Bestiario. “Hay un germen que reaparece reorganizando otros libros: la idea de los pasajes y la relación que establece entre el pasaje Güemes de Buenos Aires y la galerie Vivienne de París en ‘El otro cielo’, como si hubiera leído a Walter Benjamin. La idea de pasaje no es solamente de él –aclaró Jitrik–. Adolfo Bioy Casares también tenía esa idea: el pasaje, el secreto, la transmisión, el desplazamiento, y esto organiza Rayuela.” Luego continuó afilando el lápiz de las corrientes literarias con el regreso de Borges de su viaje por Europa y la escritura del “Manifiesto Ultraísta” con ideas que modifican el pensamiento sobre la literatura argentina y tienen una profunda incidencia cuando la idea de escribir con precisión se generaliza. “Cortázar no abandona nunca la precisión del lenguaje. Nunca se desprendió de esa formación básica.” Jitrik dejó en claro que no cultiva la necrofilia literaria. “No creo en los homenajes, sino en la valoración, en el reconocimiento. Del homenaje al elogio hay un paso y del elogio a la momificación hay otro.” Hecha la aclaración, resaltó que luego de ser “un oscuro argentino que vive en París”, Cortázar tiene un momento de expansión cuando aparece Rayuela y se produce “una explosión de lectura”. Y sucede algo más, poco frecuente: tiene reconocimiento en vida y después de muerto.
Qué elogio preciso y oportuno lanzó Saltzmann, que unos cuantos suscribirían: “Me dan ganas de volver a la universidad y tener un profesor como Noé”. La editora de Alfaguara coincidió: a Cortázar no le hubieran gustado los homenajes. “Sí le hubiera gustado que sus libros se siguieran leyendo. Es el único homenaje que tiene sentido: que la obra siga viva en los lectores.” Saltzmann planteó que el escritor sigue creando lectores. “Veo adolescentes que leen a Cortázar y que les produce una revelación. Cuando uno lo lee por primera vez, se le revela algo distinto. Leí a los nueve años ‘El perseguidor’, ahí había algo misterioso y algo de lo que nunca me olvidé. La sordidez de la pieza del hotel, del hombre desnudo tapado con una frazada.” El tiempo pasa y Saltzmann revisa sus preferencias. “Si me dan a elegir, ahora me quedo con la correspondencia; es una experiencia humana, es una novela de formación, el derrotero de una persona en sus múltiples facetas.”