Iglesia y geopolítica

El primer papa que usó el nombre elegido por Prevost negoció con Atila para salvar a Roma de una invasión

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El papa León XIV fue elegido el 8/5/2025 en la quinta votación del Cónclave.

El cardenal Robert Francis Prevost, de origen estadounidense y con nacionalidad peruana, fue elegido como el 267º Papa de la historia. Ha adoptado el nombre de León XIV, para iniciar su mandato en la Iglesia.

El número detrás del nombre que eligió llevar el estadounidense en su condición de papa indica que 13 jefes de la Iglesia que lo precedieron optaron por llamarse León tras ser designados. El primero fue el papa número 45 en orden cronológico, un italiano nacido en Toscana, que ejerció  durante dos décadas, desde el 440 hasta su muerte, en el 461. También conocido como León el Magno o el Grande​ fue el primero de los tres papas mencionados en el Anuario Pontificio con el título de "El Grande", junto con los papas Gregorio I y Nicolás I.

León I nació en Toscana alrededor del año 390 y provenía de una familia aristocrática romana, siendo hijo de Quintianus. Su trayectoria en el servicio eclesiástico se inició en Roma, donde se destacó como diácono bajo el pontificado de Celestino I. Su temprana implicación en los asuntos de la Iglesia y su habilidad diplomática lo llevaron a colaborar estrechamente con el Papa Sixto III, quien lo designó como emisario para resolver conflictos en la región de la Galia, en una misión que lo preparó para los desafíos que tendría a futuro.

El 19 de julio de 440, en medio de la agitación y los desafíos del Imperio Romano, León fue elegido papa y posteriormente consagrado el 29 de septiembre de ese mismo año. Durante su pontificado, asumió el título de pontifex maximus, retomando una distinción que los emperadores romanos habían dejado de utilizar desde el 382. Esta adopción no sólo subrayó su autoridad religiosa, sino que también simbolizó la creciente influencia de la Iglesia en el contexto político y social de la época.

Contribuciones doctrinales y teológicas

León I es recordado como uno de los principales impulsores de la definición ortodoxa de la cristología. Su célebre "Tomo a Flaviano" se erigió como un documento fundamental en los debates que se sucedieron en el Concilio de Calcedonia (451), en el que se afirmó que Cristo es consustancial con el Padre en su divinidad y con la humanidad en su naturaleza, siempre unidos en una sola persona "sin confusión ni división". Este aporte fue esencial para contrarrestar las herejías que proponían separaciones jerárquicas entre la divinidad y la humanidad de Cristo, reafirmando la fe cristiana en un momento crucial de la historia eclesiástica.

Las reformas de León I tuvieron un alcance profundo, pues abarcaron desde la reafirmación de la doctrina cristológica y la lucha contra las herejías hasta la consolidación de la autoridad papal y el reequilibrio de la relación entre la Iglesia y el poder secular. Estas transformaciones no solo configuraron la identidad teológica de la cristiandad, sino que también sentaron las bases de la influencia política y social de la Iglesia, cuyos efectos se han sentido a lo largo de la historia europea.

León I implementó reformas que transformaron tanto la doctrina cristiana como la autoridad institucional de la Iglesia. Cuatro referencias de su legado dan una idea del impacto de su papado.

  • Consolidación de la ortodoxia cristológica: León I dejó una huella indeleble en la teología cristiana mediante la redacción del Tomo a Flaviano. Este documento se constituyó en un referente doctrinal clave, ya que reafirmó la definición de la unión hipostática de Cristo: la coexistencia en una sola persona de lo divino y lo humano, sin confusión ni separación. Su formulación fue decisiva en el Concilio de Calcedonia (451), puesto que ofreció una base teológica rigurosa para contrarrestar las herejías que pretendían dividir la naturaleza de Cristo. De esta forma, la reforma teológica de León I sentó las bases de la doctrina que definiría la fe cristiana en los siglos siguientes.
  • Combate a herejías y normalización de la fe: En una época en la que el maniqueísmo, el pelagianismo y el priscilianismo amenazaban la unidad doctrinal de la Iglesia, León I organizó y presidió una serie de concilios destinados a enfrentar y erradicar estas corrientes heréticas. Esta labor no solo fortaleció la tradición ortodoxa, sino que también ayudó a unificar la fe entre las diversas comunidades cristianas del Imperio Romano, reafirmando la autoridad eclesiástica frente a interpretaciones desviadas de la fe.
  • Reafirmación y expansión de la autoridad papal: Otro aspecto reformador del pontificado de León I fue el resurgimiento del título "pontifex maximus". Al asumir esta denominación, retomó una designación que había caído en desuso entre los emperadores romanos desde el 382, simbolizando una reivindicación del poder y la dignidad inherentes a la presidencia de la Iglesia. Esta acción fortaleció la imagen del papa como máxima autoridad espiritual y sentó un precedente para la consolidación del liderazgo papal en asuntos tanto religiosos como políticos. La clara asunción de una autoridad reconocida universalmente fue crucial para el desarrollo de la Iglesia como un ente independiente y preponderante en la Europa medieval.
  • Reforma en la relación de la Iglesia con el poder secular: León I demostró además una notable capacidad diplomática al intervenir en situaciones críticas para el Imperio. Su rol en la negociación con Atila, el huno, y su habilidad para mediar en conflictos internos y externos evidenciaron una nueva postura en la relación Iglesia-Estado. Aunque su intervención no fue una "reforma" en sentido administrativo tradicional, sí marcó un cambio paradigmático: la Iglesia se posicionaba como garante de la estabilidad social y política en tiempos de crisis, lo que también implicó una redefinición del poder secular en función de la autoridad espiritual.

Defensa del imperio y la Iglesia frente a las invasiones

Uno de los episodios más célebres de su papado fue el encuentro con Atila, el huno, en Mantua. En un momento en que la amenaza bárbara parecía ineludible, León supo desplegar una combinación de diplomacia y firmeza que convenció a Atila de no marchar sobre Roma.

León El Grande negoció con Atila para evitar la invasión de Roma.

En el año 452, Atila, el temido soberano de los hunos, había emprendido su invasión sobre el territorio italiano, generando pánico y desorden. El Imperio Romano, debilitado por conflictos internos y presiones externas, no respondía con la contundencia necesaria, lo que abrió paso a que la Iglesia y su máxima autoridad —el Papa— se vieran obligados a asumir un rol salvador. En este escenario de incertidumbre, la figura de León I se consolidaba como un hábil diplomático capaz de mediar en conflictos que parecían insuperables.

León I abordó la situación con una combinación de oratoria elocuente, autoridad moral y una firme convicción en que la voluntad divina protegía a Roma.

Durante la reunión, el papa apeló a la conciencia de Atila, destacando no solo la importancia simbólica de Roma como centro de la fe cristiana, sino también la inevitabilidad de la intervención divina. Se dice que gracias a su presencia imponente y su discurso lleno de convicción, logró que el invasor reconsiderara su ofensiva. La narrativa tradicional sostiene que Atila accedió a retirar a sus tropas, ya sea en virtud del acuerdo que incluía el pago de un tributo o, según otras teorías, debido a problemas logísticos, como hambrunas y epidemias que aquejaban a su ejército.

La retirada del invasor fue símbolo inequívoco de la primacía moral y política de la Iglesia en la sociedad europea emergente, aunque, el relato del encuentro se ha envuelto en cierta ambigüedad. Algunos historiadores atribuyen a las hambrunas y enfermedades en el campamento de Atila la decisión de retirar sus tropas. Independientemente de las causas subyacentes, el episodio ha quedado grabado como un ejemplo paradigmático del poder de la palabra y la autoridad espiritual para influir en eventos que, a priori, parecían dominar el mundo por la fuerza militar.

Poco después, en el 455, cuando los vándalos de Genserico saquearon Roma, León volvió a demostrar su capacidad para proteger a la población, logrando que se respetara la vida de sus habitantes y evitando la destrucción total de la ciudad.

Legado y reconocimiento

El legado de León I trasciende la mera defensa terrenal de Roma. Su firme posición teológica y su contribución al desarrollo de la autoridad papal sentaron las bases para la configuración de la Iglesia europea en los siglos posteriores. Su figura fue tan emblemática que llegó a ser el primero de tres papas apodados "El Grande".

Después de su muerte el 10 de noviembre de 461, su sepultura se realizó inicialmente en el vestíbulo de la Antigua Basílica de San Pedro; años más tarde, durante el pontificado de Sergio I y posteriormente en otras reubicaciones, sus restos encontraron un lugar de honor bajo el altar de la capilla de la Madonna della Colonna en la actual Basílica de San Pedro.

La proclamación de León I como Doctor de la Iglesia en 1754 por Benedicto XIV y la celebración de su festividad en Occidente el 10 de noviembre son prueba de la perdurable influencia que su pontificado ha tenido en la historia y teología cristianas.

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